martes, 21 de abril de 2020

La dependencia de uno mismo tiene un límite

El ermitaño junto a «una de sus dos pasiones», Kathryn.


Imaginarse una sociedad obligada a permanecer en sus hogares, puede resultar escandalosamente catastrofista. En cambio, no salir de casa por que la salud mental no se lo permite, es una realidad que no todo el mundo acepta a día de hoy. O al menos, no mucha gente está dispuesta a convertirlo en su tema de «conversación para la cena». Así dijo entenderlo Eli Piilonen, quien no se resignó por ello a tratarlo; y decidió hacer de este el leit motiv de su nuevo videojuego, The Company of Myself. Pese al bucolismo que pudiera desprenderse del título, lo cierto es que esa soledad —enmascarada bajo una ruptura amorosa— que experimenta el personaje no tiene como fin último la exaltación de este estilo de vida, sino la posición empática del jugador.

De hecho, una «alegoría» es el término utilizado para dar paso a la parte interactiva tras una breve explicación textual de la vida de un «ermitaño» que tendrá siempre como objetivo alcanzar un cuadrado verde al que se refiere como «Mr. Door». La dificultad —como sucede normalmente dentro de la narrativa videolúdica— va en aumento a través de obstáculos en forma de plataforma o palancas. Sin embargo, he aquí donde se encuentra el necesario y acertado mensaje que subyace del videojuego: lo complejo que resulta a alguien con ansiedad social el hecho de abandonar su yoísmo para entablar una relación con el otro. Algo con lo que se debe lidiar a diario. Tal vez sea por ello la constancia que transmiten tanto el escenario como la música.

Una monotonía cuya línea temporal solo se rompe con un flashback en el que aparece la que fue «una de sus dos pasiones», Kathryn; quien precisamente protagoniza la precuela del presente videojuego, Fixation. Aunque incluso en este recuerdo la meta sigue siendo la misma: conseguir llegar a un cuadrado verde. En una de esas ocasiones, la chica le abandona en lo que bien se podría entender como una imagen de rechazo hacia un concepto tan recurrente hoy en día como el de «relación tóxica»; ya que a pesar de que el personaje se enfrenta a la misma situación que cuando estaba junto a ella —a la que le reconoce el compromiso de haber formado equipo con él—, no se percibe ningún atisbo de independencia hacia esta para la consecución de su perseverante objetivo. Tanto es así, que la única compañía que le echará de menos en el momento de su marcha definitiva será la de sí mismo.

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