sábado, 30 de mayo de 2020

No daba tiempo para un buen título


25 años en construir este puente: desde el cultivo del trigo hasta el último tablón.


Decía hace poco una tertualiana de televisión que ella había generado más revuelo con tres tweets sobre su presencia en una manifestación de extrema derecha que cualquier otro en tres meses. Remitiéndonos a los hechos, es cierto que un grupo airado de usuarios invirtió, por ser generosos, dos minutos a comentar la «jugada». Aunque puede que estas águilas y su carroña trasciendan en el tiempo lo mismo que un tal John Logie Baird, quien con su sistema electromecánico de exploración no pudo hacer frente al que proponía Marconi para ese electrodoméstico en el que esta fugaz protagonista «trabaja». Una aspiración por la inmortalidad sobre la que también se cuestiona 400 Years (Scriptwelder, 2013), donde se nos ofrece la duración que lleva por nombre este videojuego para detener una calamidad. Dicho así, resulta toda una eternidad para el común de los mortales. ¿Los dedicaríamos a buscar alternativas que redujeran el impacto medioambiental de la actividad humana o, por lo contrario, a ver El Irlandés (Scorsese, 2019) y, de vez en cuando, actualizar el timeline de Twitter?


El protagonista del juego lo tiene bastante claro: lo dedicaría a dejar que el tiempo pase. La verdad es que no es una afición muy atractiva. Tanto o más como su propia figura, una especie de moái que -como quien se echa la siesta sobre su móvil en vibración- se despierta «sintiendo algo». De esta manera, debemos avanzar en nuestro recorrido antes de que ocurra una «calamidad». Un camino que en nada tiene que envidiar al que Machado hizo en su día referencia. En este caso, no nos encontramos ante ningún campo de Castilla, pero sí que ambos vienen a significar lo mismo: el paso del tiempo. Sin embargo, en el videojuego los años no transcurren con el avance o el retroceso del jugador sobre cualquiera de las superficies por las que deambula: un puente de madera, hielo o tierra subterránea, son algunos ejemplos. Para eso ya tenemos una barra espaciadora que no solo nos permite reducir el tiempo de vida que se nos ofrece; sino que también, muy al estilo Death Note (Ōba, 2003), puede provocar la muerte del moái si no soltamos la tecla y se nos hace entonces «demasiado tarde». Provocando consigo la destrucción del mundo en cenizas. Aunque el resultado no varía de forma exacerbada si conseguimos alcanzar el objetivo final en el tiempo previsto; puesto que nuestro personaje volverá a convertirse en polvo. Recordándonos así la máxima que en ocasiones se les olvida a esos famosos de dos días y una noche: no somos nadie y nadie seremos.


Decía Jorge Luis Borges que todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes. Una afirmación que cobra aún más vigencia en una época donde hay personalidades cuyo ejercicio laboral es influir en millones y millones de seguidores. De hecho, muchos de ellos habrán visto a sus dioses virtuales  publicando su «vídeo-reacción» ante 400 Years, pese a que se trate de un videojuego indie. Pero seguramente las reproducciones de estos se habrían quedado en las antípodas de haber sido realizado el gameplay por Parménides; a quien sin duda alguna le hubiera dado algún que otro vahído al tener que ir a favor de la generación. Todo lo contrario de lo que le hubiera sucedido a Heráclito.


Aunque puestos a confrontar, hagámoslo con este videojuego y la locución latina tempus fugit. ¿Latín? Sí, no es tan antigua como suena. Lo leemos a diario en agendas, tazas y demás enseres. Como era de esperar, no se encuentran inscritos explícitamente estos dos palabros; pero sí otras expresiones que parece que nos invitan a disfrutar hasta de un lunes lluvioso en el que se nos ha ido el autobús en nuestra cara. Un enfrentamiento de ideas que incluso llega a una de las necesidades primarias de nuestro ser, la alimentación. Decía un anuncio de Glovo que ahora todo lo que quieres puede ser tuyo en tan solo unos minutos. Pues bien, 400 Years nos demuestra que si tus deseos son, por ejemplo, unas castañas, deberás esperar unos cuantos años hasta que el árbol que plantaste dé sus frutos. Estas ansias que se ponen en evidencia con este videojuego no se han reflejado únicamente en nuestras acciones más irracionales. Basta con echar un vistazo a los actuales planes de estudio de las universidades, donde se imparte más conocimiento en un período de tiempo que se ha visto incluso reducido.


Realizando un paralelismo, si 400 Years fuera un sujeto corpóreo, probablemente se situaría junto a filósofos y especialistas; es decir, al lado de aquellos individuos que apuestan su vida por ahondar en una única materia frente a quienes buscan una constante presencia en la actualidad mediática a través de un intelecto generalizado. Por consiguiente, desde un principio mantiene una nítida postura acerca de esa temática que los editores de vídeo mediocres solucionan con un recurrente time lapse mientras que Kubrick nos regala una secuencia icónica al respecto. Una reflexión acerca del paso del tiempo que, en el caso de este videojuego, supone todo un acto de valentía; ya que aboga por un largoplacismo que se encuentra marginado en nuestros días. E incluso se podría decir más de esta gallardía, puesto que muchas de las consideraciones que se han hecho acerca del mismo tienden a idealizar el presente o sentir melancolía por tiempos mejores. En cambio, 400 Years acepta el paso del tiempo y el devenir de las cosas. O lo que es lo mismo, un enfrentamiento ante ese egocentrismo que encontramos en la sociedad red de Castells; donde realmente prima el corto plazo de querer obtener cualquier producto de manera inmediata sin pararnos a pensar las consecuencias que esto pueda tener en un futuro. Una aportación a la que nos invita este videojuego para que reconsideremos la importancia que ofrecemos a la repercusión de nuestros actos. Pero mejor que sigan ardiendo las redes porque para que el mundo lo haga todavía quedan cuatrocientos años.

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